miércoles, 29 de febrero de 2012

CISTER y BERNARDO DE CLARAVAL

Los monjes de Molesme: Roberto, Alberico y Esteban, a finales del siglo XI, principios del XII, inician en Cîteaux (Cister), que ellos llamaban el Nuevo Monasterio, una experiencia monástica diferente, esencialmente benedictina, que, con el tiempo, no demasiado tarde, se estructurará y convertirá en una orden monástica muy bien organizada. No podemos hablar de reforma; los textos antiguos de Cister no dan pie a ello. Los iniciadores de la aventura se proponían únicamente vivir con más radicalidad la Regla de san Benito


Donde en Cluny es el progreso económico basado en los pagos de los fieles, en el Císter los ingresos proceden del resultado del trabajo en las tierras propias del monasterio, en su hacienda, acompañado de la prohibición de pedir a los fieles.
Donde en Cluny es escultura abundante, penumbra, arco de medio punto y paredes sólidas con edificios bajos, en el Císter es la sobriedad casi iconoclasta, la preeminencia de la decoración vegetal, la ruptura de la curva, el arco apuntado, la búsqueda de la iluminación y los edificios cada vez más altos con soluciones empíricas que darán pie a la arquitectura gótica.
Debe su considerable desarrollo a Bernardo de Claraval (1090-1153), hombre de una personalidad y de un carisma excepcionales. Su influencia y su prestigio personal hicieron que se convirtiera en el cisterciense más importante del siglo XII, pues, aun no siendo el fundador, sigue siendo todavía hoy el maestro espiritual de la orden.
Su hábito es túnica blanca y escapulario negro, retenida por un cinturón que se lleva por debajo; el hábito de coro es la tradicional cogulla monástica, de color blanco. De hecho, se los llamó en la Edad Media «monjes blancos», en oposición a los «monjes negros» que eran los benedictinos.